El náufrago, el traficante y la motivación para escribir

         Me pareció justo y honesto que las primeras líneas que leas sobre lo que escribo sea una confesión: escribir es tedioso, aburrido y desgastante. Perdón, pero es la verdad. Al menos, es mí verdad, lo siento así, me parece de ese modo.

         Escribir implica un esfuerzo físico, mental, espiritual, psicológico y no sé cuántas áreas más pueda agregar que a decir verdad me agota de solo pensar. No importa si sea a mano, en computadora o donde sea, es más, para escribir estas líneas ya tuve que hacer un esfuerzo extra: tuve que levantarme de donde estaba, agarrar la notebook, sentarme cómodamente para que el trabajo no sea más agotador de lo que ya es, ordenar las ideas para que tengan sentido, releer esto que esta frente a vos ahora…me canso solamente explicándolo.

         La mejor parte de tener una idea en la cabeza y querer plasmarla es verla plasmada, directamente ver el producto final. Todo lo que existe en el medio me parece un impuesto a pagar antes de quedarme con el producto final. No me parece, en este caso, que el viaje sea el destino. Escribir algo me parece, en realidad, que tiene un camino extenso y pesado, esperando que el destino valga realmente la pena, esperando que el destino satisfaga, esperando que el destino cumpla.

         Como decía más arriba: escribir esto me represento un esfuerzo, una lucha. Una lucha conmigo mismo, una lucha con mi zona de confort, esa en la que estaba cómodamente tirando y sin ningún problema hasta que algo me empujó a levantarme, a luchar contra la gravedad, la inercia y todo eso que Newton y otros físicos cuyos nombres no recuerdo, estudiaron en su momento. También representa algo más que eso.

 

         Sí, no es solo eso. Es una lucha contra la nada misma, una muy rara lucha por ser un poco más libre. Lo cual es utópico porque cuando termine con esto no creo ser más libre. No creo en verdad que mucho de mi realidad cambie, lo que pasa es que – mientras lo hago –  esa realidad no existe, no está ahí, no me importa. La búsqueda de la felicidad se construye de pequeños actos que, cuando los llevamos a cabo, no parecen conducir a ningún lado.

         Entonces, en esa lucha contra el miedo y contra uno mismo, hay un combustible sumamente fuerte y del que todavía no hablé. Cuando ves a tu idea plasmada (en una hoja de papel, en un sitio, en donde sea) es que llegaste a destino y podés evaluar si valió la pena o no. O podés concluir antes si valió la pena o no. Al menos, eso me pasa a mí.

         Cuando tengo una idea para escribir sobre algo, cualquier cosa, generalmente le doy muchas vueltas sobre cómo es la mejor manera de hacerlo. Todo este proceso ocurre solamente en mi cabeza y fluye directamente en las palabras porque, como deje en claro, escribirlo es muy cansador.

         La cosa es que voy pensando en el tema, en su desarrollo, en lo que quiero exponer sobre el mismo, etc. En palabras de Pep Guardiola: “Es entonces cuando llega un momento acojonante que da sentido a mi profesión y es cuando me doy cuenta de que ya lo tengo, que he dado con la clave para ganar. Es una sensación que dura apenas un minuto, un minuto y veinte segundos quizás, pero es el que le da sentido a mi profesión”.

 

         Es ese mismo momento en que me doy cuenta de que te voy a dejar algo respetable para que leas. No sé definirlo de otra manera, pero escribo impulsado por esa sensación y lo que me genera. No lo haría, de no ser así. Escribo por la satisfacción que siento en ese minuto, minuto y medio, con la esperanza de poder transmitirlo de una forma que vos también la sientas.

         A todo esto, hay dos libros que me vienen siempre a la cabeza cuando pienso en esto y encontré la excusa perfecta para hablar de ellos, al explicarte que soy un vago al que le hace bien escribir, pero no le gusta escribir (?): Relato de un Náufrago de Gabriel García Márquez y El Traficante de Cómics de Pierdomenico Baccalario.

Relato de un naufrago 3

         El primero, como lo adelanta la introducción en el libro, es el relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, fue proclamado héroe por el gobierno y luego olvidado por la sociedad.

         Se trata en realidad de un reportaje novelado, que García Márquez sostuvo con el protagonista, Luis Alejandro Velasco, un joven marinero que estuvo a bordo del destructor Caldas cuando este lo tiró por la borda junto con otros marineros por no poder sopesar la carga de la mercadería de contrabando que estaba transportando; siendo Velasco el único sobreviviente.

         Narrado en primera persona por el propio Velasco y como García Márquez mismo describe en su introducción, es un relato tan minucioso y apasionante por parte del joven marinero que el principal problema es que al lector le resulte creíble. “La realidad siempre supera a la ficción” habría afirmado su autor, en otra ocasión.

         Es por eso que lo tengo de referencia: por esa facilidad y autenticidad para contar una historia, por atraparte con un relato de los hechos hasta el punto de hacerte dudar de si es cierto o no y que incluso te deje de importar eso con tal de conocer el desenlace, por hacer de un hecho ya de por sí extraordinario, como sobrevivir diez días en una balsa a la deriva sin provisiones, todavía más extraordinario gracias a un relato tan atrapante.

El traficante de cómics 2

         El segundo, además de características propias del primero, porque trata de la lucha, de esa que hablaba más arriba. La lucha por lo que queremos y que no sabemos bien qué es, la lucha contra los de afuera y contra nosotros mismos, con nuestros miedos.

         Sandor es un chico húngaro que vive en el centro de Budapest, dónde junto con sus amigos reciben una educación muy autoritaria y cerrada. Los cómics y otras formas de expresión no son bien vistos. Él decide convertirse en un traficante de cómics, en llevar a sus amigos y a otros chicos miradas de la vida desde afuera, miradas de libertad.

         Más allá del conflicto como tal (que voy a dejar que lo descubras leyendo el libro) es nuevamente el relato tan atrapante y comprometido lo que me genera tanta empatía, al punto de tomarlo como ejemplo a seguir. Adherirse a una idea, a un sueño, a transmitirlo y contarlo de una forma que te cautive desde su presentación misma. Y no hablo del libro, hablo de la historia que Sandor y su mejor amigo construirán a modo de proyecto, empujados por el ejemplo de los cómics que tanto consumieron a lo largo de su vida, buscando realizar el suyo propio.

         No basta con solo ser espectador, de vez en cuando está bueno ser protagonista. Eso me pareció, entre otras cosas, leyendo – varias veces – estos dos libros. Junto con otros, para los que habrá tiempo más adelante.

         Porque si, va a haber un “más adelante” y va a ser en este mismo medio, donde van a convivir varios temas en esta misma señal (por eso lo de “Streaming”, duh): cine, series, libros, cultura general y hasta deportes, siempre con la intención de contar una historia y transmitir una opinión, para quien quiera y guste. Después de todo, está hecho con mucho esfuerzo, ese del que ya te hablé más arriba.

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